El Monasterio de San Pedro de Montes de Valdueza, hoy prácticamente en ruinas excepto su iglesia, es junto a la iglesia de Santiago de Peñalba una de las principales razones por las que la Tebaida berciana sería merecedora del título de Patrimonio de la Humanidad. Objeto de importantes inversiones por parte del Ministerio de Fomento y la Junta de Castilla y León, entre otras administraciones, el templo visigótico (construido en el año 635) puede presumir de ser el destino de numerosos turistas que buscan revivir la historia monacal que dio origen a la aldea.
Describe el abad San Valerio que el entorno del Monasterio de San Pedro de Montes de Valdueza “es un lugar parecido al Edén y tan apto como él para el recogimiento, la soledad y el recreo de los sentidos. Cierto es que está vallado por montes gigantescos, pero no por ello creas que es lóbrego y sombrío, sino rutilante y esplendoroso de luz y de sol, ameno y fecundo, de verdor primaveral…”.
Las características medievales en estado puro que todavía se conservan, su arquitectura popular y la ubicación en pleno Valle del Oza son para habitantes y visitantes la mayor riqueza que posee la aldea de Montes de Valdueza. Pero para dar sentido a su origen y al asentamiento de los primeros pobladores hay que retroceder cientos de años hasta la llegada a la Tebaida berciana del monje San Fructuoso, fundador en ese enclave de uno de los monasterios más poderosos del Bierzo en cuanto a dominios -junto al de Santa María de Carracedelo-. Después de construir el monasterio de Compludo, el eremita encontró en el Valle del Silencio el refugio perfecto para dedicar su vida al culto y alejarse de la civilización. Y lo que comenzó siendo un pequeño oratorio dedicado a San Pedro Apóstol pronto sirvió de hospedaje monacal para decenas y decenas de discípulos con el paso de los años.
Es así como el Monasterio de San Pedro de Montes, declarado Monumento Nacional en 1931, se convirtió en el epicentro de una aldea que, a pesar de los continuos saqueos y desavenencias con el paso de los siglos, sigue proyectando la calidad histórica y patrimonial que atesora la Comarca y que, junto al paraje de Peñalba de Santiago, potencia la inclusión de la Tebaida en la lista de los lugares del planeta considerados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Aunque el papel de san Fructuoso (y su discícpulo Valrio) fue determinante a la hora de levantar la primera piedra del templo, es necesario poner de relieve las huellas que dejó en el mismo san Genadio, el impulsor en el año 895 de la reconstrucción del monasterio, que tras la invasión un siglo antes de las razzias musulmanas se había quedado minimizado a ruinas y malezas.
Tanto fue el interés de san Genadio por devolver la vida celestial a Montes de Valdueza que, a pesar de ser nombrado obispo de Astorga y tener que alejarse de los Montes Aquilianos, no cesó en su esfuerzo por seguir restaurando el monasterio. Precisamente, los libros de historia recogen que en año 905 se reformó la ermita de Santa Cruz de Montes y se construyeron otros eremitorios cerca del monumento, como son la iglesia de Santiago de Peñalba y la cueva a la que tantas veces se retiraba para orar y que hoy mantiene su nombre en su homenaje.
Diez años después, tras finalizar esa reforma casi íntegra del monasterio, san Genadio emitió un testamento en el que ya se hacía referencia a la primera biblioteca circulante de la que hay conocimiento.
Uno de los hechos más relevantes en la historia del templo fue el 24 de octubre del año 919, cuando se consagra a San Pedro la Iglesia del Monasterio reedificado, actuando en su consagración cuatro obispos: el propio San Genadio, de Astorga; Sabarico, de Dumio; Frunimio, de León; y Dulcidio, de Salamanca. Cabe destacar que junto a la antigua entrada del claustro se conserva una lápida grabada con caracteres semi mozárabes relatando esta consagración y la historia del edificio en breves apuntes (no se sabe si esta lápida es cotánea a la consagración o posterior). De esta época se dice también que son las columnillas de las ventanas del campanario.
Los siglos siguientes son de prosperidad para el Monasterio, hasta que por el año 1500 sufre una grave crisis que será superada con la pertenencia a la congregación benedictina de Valladolid. En este momento, comienza a resurgir de la penuria económica y la decadencia, acompañado de una recuperación de la vida monacal hasta mediados del siglo XVIII. Con el paso de los años, la infraestructura experimentó diferentes reconstrucciones y aportaciones arquitectónicas hasta conseguir el aspecto actual. Entre ellas, es necesario señalar la influencia de la escuela gallega en las construcciones, al ser la mayoría de los monjes canteros originarios de la comarca pontevedresa de la Tierra de Montes y de Cercedo. Muchos de ellos no solo dejaron su obra, sino también sus restos enterrados en la iglesia.
Nuevas aldeas surgirían alrededor de la protección del monasterio que se acogió tiempo después a orden benedictina, iniciando su declive a finales de la Edad Media para acabar convertido en un almacén de maderas tras la Desamortización de Mendizábal. Además, en el año 1846 sufrió un incendio que hizo perecer casi todos los habitáculos y reduciendo a cenizas gran parte del templo. En la actualidad, se puede observar como apenas se mantienen en pie muchas paredes y zonas de paso. A los númerosos expolios sufridos durante el siglo XIX y XX, hay que añadirle el daño a la Ermita de la Santa Cruz y el robo en el año 2007 de la lápida fundacional de la misma, del 905, que formó parte del monasterio original.
De entre el abandono y la ruina que invaden sus muros hoy en día, destaca sobre todas las cosas la iglesia -única superviviente- y su torre, que es la parte más antigua y emblemática, a la vez que el principal atractivo para todos aquellos que se van adentrando en el pueblo. Dicha iglesia presenta la traza románica del siglo XII con las adiciones del siglo XVIII correspondientes. La planta consta de tres naves, que rematan en triple cabecera con sendos ábsides semicirculares. Asimismo, las naves se cubren con bóvedas de cañón reforzadas con arcos cinchos de medio punto apoyados en los pilares centrales y en las pilastras que aparecen en los muros laterales.
Un pueblo de gran tradición berciana
La relevancia del Monasterio de San Pedro de Montes fue la que dio lugar al asentamiento de nueva población bajo el auspicio de los monjes, administradores del templo y de los montes que lo rodeaban. Debido a su complicada ubicación, los religiosos ofrecían a todo aquel que se afincase en la aldea la posibilidad de labrar la tierra y construir allí sus hogares. Pero la oferta de los monjes pasaba por recaudar un porcentaje de todos los beneficios que consiguiesen los labradores para así poder mantener su propio refugio.
La pequeña ermita de Santa Cruz y la fuente de los Frailes son hoy en día algunos de los reclamos que conservan la arquitectura de aquel entonces. Actualmente, Montes de Valdueza cuenta con una población que no supera los 30 habitantes, aproximadamente. Por otro lado, la leyenda refrenda que en la especial devoción a la Virgen de la Aquiana (o Guiana) viene de siglos recónditos, cuando la misma fue encontrada por unos pastores en la cima del pico de la Aquiana, quienes la bajaron al Monasterio de San Pedro de Montes, pero la Virgen retornaba a su lugar de hallazgo siempre que la trasladan. Dicen que por este motivo se decidió construir una ermita en el pico de la Aquiana.
Inversión de 500.000 euros para su recuperación
Al igual que ocurre con la iglesia de Santiago de Peñalba, el interés por rehabilitar el monasterio en pro del fomento de la Tebaida berciana y del propio pueblo ha aumentado en los últimos tiempos. En julio del año pasado, el Ministerio de Fomento aprobó, con cargo al 1,5% Cultural, la subvención de cerca de 500.000 euros solicitada por la Real Fundación Hospital de la Reina para abordar, junto con la Consejería de Fomento y Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León, la reforma del templo.
Cabe recordar que el uso del monasterio es propiedad de la parroquia y fue cedido a la Real Fundación Hospital de la Reina por un periodo de 50 años para su rehabilitación, con el objetivo de convertirlo en un centro de interpretación e iniciativas que ayude en la estrategia de recuperación social, económica y cultural de los Valles del Silencio y Valle del Oza. Esta iniciativa está enmarcada en el proyecto Genadii.
Entre las principales acciones que se pretenden llevar a cabo, son la protección del ala este de los restos del monasterio, construida en el siglo XVIII, para recuperar los espacios para su uso como sala de actividades culturales, así como la apertura de un centro de servicios de alojamiento y restauración. Un centro de interpretación e iniciativas de Montes de Valdueza es otra de las opciones que también se barajan en el proyecto. El presupuesto necesario para llevar a cabo estas obras está cerca del millón de euros, de los cuales el 50% lo aporta el Ministerio de Fomento a través del 1,5% Cultural, el 40% la Consejería de Fomento y Medio Ambiente de Junta de Castilla y León y el 10% restante la propia Real Fundación. El plazo para finalizar el proyecto termina en el año 2017.
Antecedentes
En el año 1999 parecía que las peticiones de ayuda habían sido escuchadas con la aprobación de un Plan Director, que contemplaba una importante inyección económica para la restauración del monasterio, y que hasta daba alguna pista de la utilidad que se le podría dar a ese espacio, una vez rehabilitado. Una hospedería, un museo de la tebaida berciana, con un aula de interpretación del Valle del Oza, fueron algunas de las propuestas para que este inmueble volviera a cobrar ‘vida’.
Los trabajos, que estuvieron dirigidos por el arquitecto Eloy Algorri, se llevaron a cabo entre el invierno del año 2002 y la primavera del 2003, y consistieron, principalmente, en labores de desescombro y desbroce, pero también se realizaron tareas de consolidación y adecuación de muros. Además, se acometieron catas arqueológicas, que permitieron sacar a la luz varios enterramientos realizados en la alta Edad Media. Asimismo se descubrieron unas letrinas y un estanque, que los monjes utilizaban para tener el pescado fresco, y en el que, al parecer, también tenían sanguijuelas, que utilizaban para hacer las sangrías.