'Gabia', 'troxo', 'zouparrada' o 'peneirín' son algunas de las rarezas léxicas que aún a día de hoy se pueden oír en muchos de los pueblos de la comarca del Bierzo, un área lingüística en la que las influencias gallegas, asturleonesas y castellanas se entremezclan para dar forma a una particular variedad dialectal salpicada de palabras y modismos que suenan extrañas a los vecinos de otros territorios. Hace ahora un año, la biblioteca de Cacabelos puso en marcha la iniciativa ‘Caldeiro de palabras’ para recoger este tipo de vocablos y doce meses después los responsables ansían que la pandemia llegue a su fin para poder “tender puentes entre generaciones” y difundir entre los más jóvenes todo ese vocabulario que aún resuena en las voces de los más veteranos del lugar.
Al respecto, el bibliotecario, Fernando Sánchez, explica que esos encuentros intergeneracionales eran uno de los objetivos originales de este proyecto colaborativo y estaba previsto que arrancasen el pasado verano aunque la pandemia de COVID-19 dio al traste con los planes. “Es un tema pendiente que se va a retomar”, asegura Sánchez, que explica que las sesiones se conciben como un espacio en el que “juntar a un grupo de personas mayores para que les cuentan a los niños el origen de las palabras”. “No se trata de juntar al nieto con el abuelo sino de juntar al abuelo con el nieto de otro”, matiza el bibliotecario.
En ese sentido, el proyecto concibe esas sesiones como “un espacio en el que se observe a los mayores como sabios, que es lo que son”, explica el responsable de la iniciativa, que lamenta que “hasta hace bien poco la gran mayoría de la gente no percibía que lo que tenía entre manos era valioso”, un proceso similar al ocurrido con los restos romanos que en épocas pasadas se veían como meras canteras. “Muchas veces ellos mismos piensan que lo que van a contar es una bobada, que no interesa a nadie, no hay una puesta en valor de lo propio”, sostiene.
Debido a esta percepción, “casi no ha habido transmisión generacional de esa riqueza lingüística”, detalla el bibliotecario, que señala que los jóvenes usuarios que alguna vez han aportado alguna palabra al ‘caldeiro’ suelen traer el eco no de la generación que les precede sino de la anterior. “Hay un salto generacional, son palabras que han oído de sus abuelos, no de sus padres”, apunta. Sánchez recurre a la sociolingüística para explicar el “débil latido” que conservan estas palabras vinculadas al gallego y al asturleonés en el territorio berciano. “Las lenguas del noroeste peninsular estaban mal vistas, no había una gran burguesía local ni aristocracia que les diera prestigio y existía un afán uniformizador del castellano, a imagen de la Francia centralista”, recalca.
Aunque el proyecto hace frontera con disciplinas como la etnografía y la antropología, Sánchez insiste en que “esto es divulgación, para profundizar están los libros”. “Si le damos demasiado contenido alejamos al público mayoritario aunque podamos atraer a algún erudito”, valora. Sin embargo, la iniciativa ha despertado a lo largo del año el interés de la revista de estudios leoneses Añada y de dos estudiantes de las universidades de Santiago y Salamanca que la tuvieron en cuenta en sus respectivos trabajos de fin de máster (TFM), relacionados con la educación y filología.
Aún así, el bibliotecario reitera que “esto es una cuestión de patria chica” que trata de comparar el habla propia de la zona con las de las otras lenguas romances de la península, aunque huyendo del ‘chauvinismo’ que quiere apropiarse de elementos culturales comunes. “Todos estamos tallando en la misma roca”, afirma Sánchez, que recuerda que todos esos sustratos son derivaciones del latín. “Hay palabras que aluden a cuestiones que ya no existen, que han desaparecido porque nuestra forma de vida ha cambiado”, señala.
Recogidas en glosarios
Desde que la biblioteca instaló el ‘caldeiro’, a finales de enero del año pasado, cientos de pequeños papeles con aportaciones de usuarios han llenado los ‘megos’ o cestos colocados al pie de la pizarra en la que se destaca una palabra diferente cada mes. “Cuando llega una palabra, intentamos hablar del tema con la persona que la aporta y conocer anécdotas sobre su origen”, explica Sánchez. Esas aportaciones se cotejan con varios glosarios publicados desde el siglo XIX, como el de Jesús García y García, el de Verardo García Rey, el Atlas Lingüístico del Bierzo editado por el Instituto de Estudios Bercianos (IEB) o el glosario de los ensayos poéticos de Antonio Fernández y Morales.
De esta manera, el proyecto dio a conocer en sus primeros meses vocablos asociados a los fríos meses de invierno, como los ‘pinganillos’ de hielo que aparecen en los bordes de los tejados, los ‘entruidos’ asociados a los festejos de Carnaval o el ‘fervudo’, una bebida caliente hecha a base de vino con miel o azúcar. La naturaleza también estuvo presente a través de palabras como ‘gunicela’ -comadreja-, ‘meruca’ -lombriz- o ‘acingadera’, un columpio hecho con la rama de un árbol.
Entre las perlas rescatadas por la iniciativa de la biblioteca destacan otras expresiones características del Bierzo como ‘cuitado’, una expresión que se aplica al indeciso o al inocente que es víctima de una desgracia, o ‘cazoleiro’, adjetivo que se aplica a la persona interesada en los chismes ajenos. ‘Chapucar’ -salpicar-, ‘cernada’ -ceniza- o ‘maniotas’ -agujetas- son otros tesoros lingüísticos que han vuelto a la vida gracias a este proyecto, que en el año en curso busca abrirse también a dichos populares y a variaciones locales de las leyendas populares.
En ese sentido, Sánchez destaca que la iniciativa no hubiera sido posible sin la colaboración de Dennis Álvarez, un usuario habitual de la biblioteca con “conocimiento profundo sobre estas cuestiones” y cuyo TFM se centró en analizar la literatura científica al respecto. “Lo más interesante son los debates que se llegan a formar, en los que la gente discute con fuerza acerca de cómo se decía tal o cual palabra. Son momentos que calan”, reconoce el bibliotecario, que subraya que el principal objetivo del proyecto continúa pasando por “formar diálogos entre la gente” y convertir las instalacionesen un “espacio de comunidad”, a imagen del modelo nórdico de biblioteca.
Fotografías: César Sánchez / ICAL