En la avenida Villafranca, una de las calles principales de Bembibre, hoy en plena zona peatonal, la relojería Gundín prepara su adiós definitivo. Se ha convertido en un emblema de la tradición, último eslabón de estirpe relojera que pone fin a más de un siglo al servicio de los bembibrenses y, por extensión, de todos los habitantes de la cuenca del Boeza.
En la era de relojes digitales e inteligentes que dominan el mercado, la figura del relojero tradicional, capaz de desentrañar los misterios de un carrillón o ajustar con precisión un mecanismo antiguo, se ha vuelto cada vez más rara. Pero hasta hace pocos años era completamente diferente, sobre todo en un siglo XX en plena ebullición para el oficio.
Julio Gundín abrió su relojería hace 108 años, en 1915. Las páginas de su libro de contabilidad, anotadas manuscritas a pluma estilográfica desde el 10 de enero de ese año, cuentan la historia de este oficio y muestran los inicios de un negocio que se centraba, fundamentalmente, en las composturas de relojes. Anotaciones de venta de alfiler para reloj de caballero por 1,85 pesetas, cambio de cristal o reparaciones que costaban hasta media peseta.
El negocio sufrió los problemas derivados de las guerras y periodos de entreguerras del siglo XX, lo que le obligó a cerrar en varios momentos, principalmente por la falta de repuestos que no llegaban a la relojería. Fruto de aquella situación, en los años 30 el hijo de Julio, José Gundín, comenzó a trabajar en la mina hasta que lo llamaron a filas.
Destinado en Astorga, José entabló amistad con un reconocido relojero de la ciudad maragata, aprovechando sus tiempos libres para desplazarse a su taller y aprender la profesión. Cuando regresó a Bembibre la relojería familiar experimentó un salto cualitativo gracias a los conocimientos que había adquirido.
El oído del relojero
En aquellos tiempos los bembibrenses acudían para hacer ajustes, reparaciones o cambiar la pila de los relojes. El oído y la sensibilidad en los dedos del relojero eran fundamentales en una profesión que se encontraba en su momento de máximo apogeo.
La tercera generación de relojeros llegaría con Eloy y Tere, hijos de José Gundín y nietos del fundador del establecimiento. Eloy aprendió la profesión de niño cuando pasaba las tardes en la relojería al salir de la escuela hasta que terminó dejando sus estudios para centrarse el negocio de su padre. Con la incorporación de su hermana, el sonido del tic-tac de los relojes en el escaparate fue dando paso a artículos de joyería, que ha sido otro de los atractivos de la empresa familiar, sobre todo durante las últimas tres décadas.
Esta relojería ha sido un testigo silencioso de generaciones que han pasado por el centro de Bembibre. Tal es así que es difícil encontrar una persona que no hubiera atravesado sus puertas, bien sea en su actual emplazamiento o en la primera tienda, a pocos metros de donde se ubica hoy día.
La razón detrás de este cierre es tan humana como el mismo negocio: la jubilación del relojero. Eloy y Tere, la última generación de esta relojería centenaria, han decidido que es el momento de cerrar y pasar página. No hay relevo familiar, pero tampoco han planteado la opción de un traspaso que, incluso, aún podía llegar.
El relojero tradicional
La industria relojera ha experimentado una transformación profunda en los últimos años. La emergencia de tecnologías digitales y la preferencia por dispositivos inteligentes han relegado los relojes tradicionales a una posición más nostálgica que práctica.
Este cambio en los hábitos ha tenido un impacto directo en los oficios tradicionales, concretamente en los artesanos relojeros, cuya habilidad y conocimiento perduran, pero en menor medida. Eso sí, los que quedan se han convertido en una figura de alto valor, centrados en aquellos consumidores que saben apreciar el valor del reloj tradicional.
El legado de Julio Gundín, perpetuado por su hijo José y sus nietos Eloy y Tere, continuará marcando el tiempo en la memoria de Bembibre. Este adiós no sólo supone el cierre de una tienda, sino que también guarda un pedazo de la historia tan reciente como tradicional de Bembibre, un recuerdo de tiempos mucho más sencillos en el que las personas acudían a una relojería a reparar un reloj, en lugar de cambiarlo de forma prematura. Y esto mismo permitió el sustento de varias generaciones.
El cierre de la Relojería Gundín es el primero de otros cierres de negocios centenarios que, si nada lo evita, desembocará a lo largo de este año en otros negocios que ya plantean echar la verja.