La chimenea tenía una altura de 150 metros, muy similar a un edificio de más de 40 plantas y un diámetro de 13 metros en la base y 7,4 metros en la parte superior o coronación. Dado el espesor de hormigón (más de medio metro en la base del fuste), para la demolición se han utilizado 50 kg. de explosivos y 200 detonadores eléctricos.
La central térmica de Anllares, ubicada en el municipio berciano de Páramo del Sil, perdió hoy uno de sus elementos más reconocibles, la chimenea de humos que alcanzaba los 150 metros de altura y que constituía el techo de esta instalación industrial, desconectada de la red eléctrica desde el 1 de diciembre de 2018. Tras la demolición el pasado mes de junio de los silos de almacenamiento de escoria y cenizas, la encargada del desmantelamiento de la central, la empresa vasca Lezama Demoliciones, hizo volar hoy por los aires la alta y estrecha chimenea que durante años ha servido de punto de referencia geográfico, pero sobre todo emocional, para los vecinos de esta cuenca minera.
Poco después de las 15.30 horas, de acuerdo con el horario previsto, se produjo la voladura controlada que hizo caer la estructura y que supone un paso más en el desmantelamiento de la antigua central. Antes, la empresa que lleva a cabo las labores y las administraciones responsables habían establecido un perímetro de seguridad alrededor de la instalación para evitar que se produjera algún incidente por la presencia de vecinos y curiosos que querían presenciar la caída de este gigante de hormigón y acero. Además, como ya sucedió en junio, todos los edificios y naves de la central se evacuaron por precaución
Tras la desaparición de la chimenea de combustión, la emblemática torre de refrigeración que expulsaba el vapor de agua, más baja y voluminosa, queda en pie como último de los grandes elementos que daban forma a la silueta de la antigua central. “Para mí es una cosa bastante triste, porque significa destruir algo que me dio de comer”, recuerda Ángel André, que trabajó en la oficina administrativa de la instalación hasta el pasado 16 de octubre, cuando alcanzó el final de su vida laboral.
Tras casi cuatro décadas, “toda una vida”, ligado a la central, André, nacido en Páramo del Sil, reconoce que algunos días, durante su paseo matinal, aún vuelve la mirada hacia la torre de refrigeración esperando ver salir el vapor que atestiguaba que las instalaciones se encontraban a pleno funcionamiento. Prejubilado desde hace poco más de un mes, su última etapa en la central se desarrolló en la oficina administrativa, pero antes pasó por otros puestos, como el mantenimiento e instrumentación, el control de entrada o la oficina técnica. “Yo no puedo hablar mal de la central porque viví de ella durante más de 38 años”, reconoce con la misma sinceridad con la que asegura no albergar “ni un recuerdo malo” de todos esos años. “Había muy buen ambiente de trabajo y yo iba muy a gusto a trabajar”, afirma.
Aunque se confiesa apenado por la demolición de hoy, André recalca que “los edificios son lo de menos, la cosa es que de ese edificio vivía toda la gente del entorno”. “Es por todo lo que conlleva”, insiste el antiguo trabajador de la instalación, que recuerda que la clausura de la otra térmica berciana, la de Compostilla II, supone la desaparición de la industria ligada a las minas de carbón de la cuenca. “Para la gente que somos de la zona, es muy triste”, reitera.
Historia de unas instalaciones que pasan a la historia minera
La construcción de la central térmica de Anllares arrancó en 1979 y su entrada en funcionamiento se produjo tres años más tarde, en 1982. André recuerda como los vecinos de las localidades cercanas recibieron la llegada de esta nueva industria como “una cosa deseada que podía dar vida a la zona”. “Todo el pueblo quería ver si podía meter a alguien a trabajar o vender alguna finca”, rememora. Cuatro décadas después, la ilusión se ha transformado en preocupación por el importante descenso en la entrada de ingresos que sufrirá el Ayuntamiento.
Desde el despacho de alcaldía, el regidor de Páramo del Sil, Ángel Calvo, lamenta que la demolición de hoy sea el símbolo del fin de una etapa que empezó en los años 80 del siglo pasado. “Durante 40 años ha dado vida a las empresas mineras y a las subcontratas, pero también a talleres, empresas de suministro, ferreterías, gasolineras o restaurantes”, subraya el regidor, que recuerda que muchos puestos de trabajo dependen de manera indirecta de la existencia de este tipo de proyectos industriales.
Profesional del montaje industrial, en más de una ocasión Calvo ha trabajado personalmente en el mantenimiento y reparación de los equipos que formaban parte de la central de Anllares. “Al ser partícipe de su conservación, todo esto te llega un poco más hondo”, admite Calvo, que confiesa que ese pesar también lo siente “como alcalde y como vecino”.
El siguiente paso en el proceso de desmantelamiento que arrancó en julio del año pasado, se dará en los próximos días, con la llegada de un grupo de trabajadores que se encargarán de descalifugar las instalaciones, avanzó Calvo. Este procedimiento consiste en la eliminación del amianto y el aluminio presentes en las zonas de la instalación protegidas por recubrimientos, un “trabajo muy específico” que requiere de profesionales especializados, explicó el alcalde.
Con un presupuesto total de más de ocho millones de euros, está previsto que el desmantelamiento de Anllares aún se extienda al menos otros dos o tres años, según el calendario que manejan las compañías eléctricas Naturgy y Endesa, propietarias de esta instalación que tras 36 años de operación hoy vio caer al dedo con el que casi llegaba a acariciar el cielo.