Luis García fue el primer niño nacido en una de las 40 casas del poblado de la mina de Peña do Seo, en Cadafresnas (Corullón), cerrada en 1958 por la caída de un mineral que endurece el armamento militar.
Luis García en su antigua casa (César Sánchez/ICAL)
“Nací en junio de 1953, en un cuarto de baño en casa porque no daba tiempo a llegar a Cadafresnas. Me atendieron una tía y un vecino mientras todos trabajaban en la mina”. Quien narra esto y recuerda lo que los mayores le han contado es Luis García, el primer niño que nació en el poblado levantado para dar cobijo a la mayoría de los empleados de la mina de wólfram de la Peña do Seo, en la localidad berciana de Cadafresnas, en el municipio de Corullón. Allí había una decena de casas con 40 viviendas y dos oficinas para las familias, más un sótano en el que residían los solteros. Todos subían a diario a la mina, cavaban este mineral tan codiciado en la época por sus condiciones bélicas y botaban material. “Las pasaban muy canutas”, rememora.
Por la Peña del Seo pasaron antes los celtas, los romanos y los astures. Pero fue un 'maqui' tras la Guerra Civil quien descubrió este mineral en esa zona porque había trabajado en la mina de Casaio (Orense) y lo conocía. Años después, se puede decir que Luis García nació entre las vetas del wólfram. Es hijo de Jovino, fallecido recientemente y guardés de la mina y el poblado, incluso cuando éste ya estaba en ruinas. Vigilaba el poblado cuando la empresa 'Montañas del sur' logró la explotación de la infraestructura y, de repente, se convirtió en eje de la zona, con cuartel de la Guardia Civil y colegio. Todo ello para apuntalar la respuesta a la fuerte demanda que existía por el wólfram debido a la Guerra de Corea, un mineral utilizado para endurecer el armamento militar, aunque también para fabricar componentes industriales, bombillas o motores.
Pero en ese momento, Luis García era muy niño y vinculaba la mina a la felicidad. Lo recuerda ahora, con 61 años y jubilado después de una vida dedicada a la minería: “Yo fui el primero que nací en el poblado, pero mi hermana también lo hizo allí. Me acuerdo cuando construyeron el lavadero nuevo en la explotación, que me ponían encima de las mesas y correteaba entre los trabajadores. También jugaba en un almacén, del que se vendió todo el material que allí había cuando cerró. Allí, un niño jugaba con latas de sardinas vacías dando patadas, con piedras, con lo que pillábamos...”
Era fácil ver a los lobos y los jabalíes, que se arrimaban tanto que cuando los niños se asomaban por la ventana “se les veía en la puerta de la casa de enfrente”. Cazaban los zorros para vender sus pieles en Villafranca del Bierzo.
ovino García (2I), guardián de la mina de wólfram en la Peña do Seo, junto a su esposa Milagros García (3I), su hijo Luis García (I), y unos amigos en una antigua fotografía en el poblado
Repercusión económica mundial
Los trabajadores en la mina no eran conscientes de su repercusión económica internacional. Primero, en una fase inicial durante la II Guerra Mundial, en la que este oro negro se recogía de forma furtiva y anárquica y atrajo a intermediarios a la Comarca -se llegaron a pagar 285.000 pesetas de la época por tonelada en 1943-. Y segundo, cuando se explotó de forma organizada por el conflicto bélico de Corea (1950-1953), periodo en el que se extraían unas seis toneladas mensuales de wólfram que se exportaban completamente a Estados Unidos.
Por eso, Luis García relata que la vida allí era cómoda, incluso con servicios casi de lujo para la época, como electricidad, baños y agua corriente. “Ahora ya no tengo amigos de la época, porque esas familias emigraron a León, Barcelona o País Vasco, pero mientras duró la vida en la mina estábamos bastantes niños. Luego solo quedó mi familia”, comenta emocionado.
No olvida que para su padre, la mina era “vida e ilusión”, tanto que cuando hubo que bajar al pueblo su dolor “fue máximo” porque dejaba allí muchas cosas. Cerró definitivamente en 1958 porque ya no había demanda de wolframio. Atrás quedó todo abandonado, menos el poblado, en el que Jovino y Milagros, su esposa, vivieron hasta 1974 cuidando todas las viviendas y pagando los impuestos de todas las casas para evitar embargos. A partir de ahí, fueron desvalijadas. Hoy, el escenario que se avista, aunque es de ruina, evoca un pasado de éxito económico, aunque alejado de la realidad, aquella en la que todo “se conseguía a base de puño y mazo”. Y es que los mineros que trabajaban bajo la Peña do Seo murieron prácticamente todos jóvenes a causa de silicosis.
Jovino ya no vive. Pero sí su memoria, junto a su compañera de viaje en esta vida rodeada de oro negro. Milagros García reside ahora en Corullón, en casa de su hija Rosa María. Muestran una gran piedra de wólfram que guardan como paño en oro. “Esto es. Por estas piedras nos matábamos a trabajar”, comenta. Ella también bregó para la firma que explotaba la mina. Lo hacía de cocinera.
Destaca muchos momentos allí vividos, como las procesiones que se realizaban por la única calle del poblado, por supuesto los dos hijos que allí parió, la fidelidad que siempre tuvo hacia la mina y la vida de esas viviendas en la que pasaron “mucha alegría, con fiesta bonita, calle arriba y abajo”. Las fiestas del poblado se rodeaban de buen vino, saxofón y pandereta. Pero también hubo episodios negativos, como la “envidia” de algunos que “hacían mucho daño”: “Nos decían que estábamos allí en el poblado a cuenta de los demás”.
“Lo que mandaban”
La familia García fue una más de todas las centenares que trabajaron en la mina durante la época de la empresa, en la década de los 50. Junto a ellos, entre otros, Joaquín Sánchez, natural del cercano pueblo de Hornija, que el 15 de diciembre cumplió 77 años. Recuerda que en la Peña do Seo hacía lo que le “mandaban”. “Era recadero de allá para acá. Estábamos un equipo de cinco o seis y nos pedían que lleváramos arena a costillas para un sitio determinado porque no entraba el camión o que picáramos”, relata Sánchez, quien sentencia que él no trabajó dentro de la mina, sino que hacía labores de mantenimiento pero fuera.
De entre los empleados, no todos eran de los pueblos que conforman el entorno de la Peña, sino que subían, y lo hacían muchas veces a pie, desde Cacabelos y otros puntos del Bierzo, como era el caso de Joaquín, que realizaba a diario un recorrido “de hora y media para ir y otro tanto para volver desde Hornija para trabajar ocho horas”.
Sin dar una cifra concreta, Entrevino Barrio, natural también de Hornija y que ahora reside en Barcelona, señala que allí se empleaba a entre 800 y 1.000 personas. “Yo estuve cuando tenía 20 años. Ahora tengo 79 cumplidos. Trabajé unos siete meses en verano. Subíamos en una camión de seis toneladas que iba lleno de gente igual que si fuéramos vacas”, comenta. Explica que aprovechaba el viaje para repartir leche en el poblado, pues su familia contaba con ganado que ordeñaba temprano.
En la mina, desempeñaba labores de herrero dado su correcto manejo con la fragua. Reparaba vagonetas, hacía trabajo de chapa, afilaba los punteros y las barrenas. “Como llevaba leche a los del poblado, los conocía a todos y convencí a un señor para que me trasladasen al lavadero, porque dentro había mucho polvo, porquería, pólvora y un chorro que te podía fastidiar. Y por eso no quería estar en esa zona”, rememora.
Allí trabajó en la primera máquina donde salían las primeras cargas de mineral, que bajaban a una tolva grande y se movían por una cinta que recibía “fuertes golpes, como si de palmas aplaudiendo se tratara, para seleccionar y limpiar”. “Eran piedras de 50 kilos y las dejaba hechas arena”, exclama. Más tarde, la materia pasaba a unos rodillos y finalizaba en una vibradora para que la arena saliese y quedara el mineral.
Interior de la mina de wólfram en la Peña do Seo (Eduardo Margareto/ICAL)
Unos trabajadores hacen prospecciones en la boca de la mina de wólfram en la Peña do Seo en el Bierzo
¿Reapertura?
Actualmente, según fuentes de la Consejería de Economía y Empleo, la empresa 'Sierra Minning Company' realiza sondeos e investigaciones geológicas en la Peña do Seo en búsqueda de este mineral, con catas y análisis del terreno. Si encontrara algo, probablemente pediría una licencia de explotación. Luis García ve esta posible reapertura con buenos ojos, “porque todo eso ahora está muerto”. Precisa que en Cadafresnas hay 30 habitantes y muchos de ellos son solteros de edad avanzada, cuando hasta hace tres décadas residían unos 80 vecinos.
No es de la misma opinión el alcalde pedáneo de Cadafresnas, Ernesto López, quien recuerda el capítulo trágico de la mina. “Para tres años que estuvo abierta en los 50, murió mucha gente. Si hubiera continuado, aquí no queda nadie por la silicosis”, desliza. López es claro sobre la posibilidad de reabrir la mina. “Si es para explotarla, prefiero que siga como está, pero si es con recurso turístico, estoy a favor. La gente hace senderismo hasta allí ahora mismo. Si abrieran un bar o una casa rural... Pero vienen y se van”, finaliza.
Las explotaciones de wólfram en Castilla y León no son nuevas. Actualmente, la Junta ha otorgado una concesión a una empresa en Retortillo (Salamanca) que está a la espera de que el Gobierno central le conceda el permiso para la construir una planta de tratamiento. En Barruecopardo, otra firma cuenta con la autorización tras ocho años de trabajos previos para 110 puestos directos y otros 200 inducidos y 50 millones de inversión. Mientras que Los Santos-Fuenterroble está en explotación desde 2010 -con 100 empleos directos y 200 indirectos-. Los yacimientos podrían albergar unas 40.000 toneladas de wolframio, algo más de la mitad de las reservas españolas, y el 30 por ciento de las de la UE.
Recientemente, el historiados Diego Castro ha elaborado una investigación sobre las rutas del wolframio en Castilla y León, respaldada por la Fundación Patrimonio Histórico, que propone la catalogación, registra, documental y recuperación de los espacios industriales vinculados a este mineral y la promoción de visitas culturales y turísticas. Sobre la Peña do seo, concretamente, considera Castro que debe incluirse en la Ruta Europea del Wolframio.
Luis García, primer niño nacido en el poblado (César Sánchez/ICAL)
Luis García caminando entre las actuales ruinas (César Sánchez/ICAL)
Luis García muestra una foto suya de niño en el mismo lugar en que fue tomada (César Sánchez/ICAL)
Milagros García, mujer del guardián del poblado, Jovino García, junto a sus hijos Luis García, primer niño nacido en el poblado, y Rosa María García, última niña, junto a una piedra de este mineraL
Luis García, hijo del guardián de la mina de wolfram en la Peña do Seo (César Sánchez/ICAL)
Trabajadores en el antiguo lavadero de la mina de wólfram en la Peña del Seo. Entre ellos Jovino García, guardián del poblado (César Sánchez/ICAL)
Jovino García (2I), guardián de la mina de wólfram en la Peña do Seo, junto a su esposa Milagros García (I), y varios habitantes del poblado en una fotografía antigua (César Sánchez/ICAL)
Celebración festiva en el poblado del wólfram cercano a la mina de de la Peña do Seo (César Sánchez/ICAL)
Lavadero de la mina de wólfram en la Peña do Seo (Eduardo Margareto/ICAL)
Poblado de la mina de wólfram en la Peña do Seo en El Bierzo (Eduardo Margareto/ICAL)