Además de sus casas como mejor exponente de la arquitectura rural del Bierzo, sus calles empedradas y su envidiable situación como balcón al Valle del Silencio, esta localidad ponferradina atesora una de las pocas joyas del arte mozárabe español que han sobrevivido a lo largo de la historia: la iglesia de Santiago de Peñalba. Restos de un monasterio mayor y vestigio de algunos códigos ocultos.
Peñalba de Santiago, reconocido como uno de los ‘Pueblos más bonitos de España’, se ha convertido en uno de los principales reclamos de la Tebaida Berciana en su camino por conseguir el título de Patrimonio de la Humanidad, lo que colocaría al Bierzo en una zona del planeta casi excepcional por albergar tres enclaves seleccionados por la Unesco: La Tebaida, Las Médulas y el Camino de Santiago.
En 2014 el libro de David Gustavo López, “Los Últimos Priscilianistas. El enigma solar de Santiago de Peñalba” exponía una teoría relativa a los orígenes de Santiago de Peñalba que hasta ahora había pasado desapercibida para cuantos historiadores han tratado sobre los orígenes y arquitectura de la iglesia mozárabe que abre la puerta del Valle del Silencio.
David Gustavo afirma en su obra que este monumento fue construido exactamente, “con precisión milimétrica, en el lugar donde se halla. Su promotor, el obispo de Astorga Salomón, discípulo de San Genadio, sin duda quiso preservar y envolver con un templo cristiano un lugar de culto al Sol, proveniente de una religión heliolátrica que él mismo profesaba”.
Apenas 22 kilómetros separan Ponferrada de Peñalba de Santiago. 22 kilómetros intensos, atemporales y casi excepcionales y no sólo por el sinuoso camino que las separa y que casi 'fuerza' a los conductores a reducir las marchas y disfrutar del incomparable paisaje de la Tebaida Berciana.
Este bonito pueblo, y no porque lo digan los bercianos, sino porque así está reconocido por la Asociación ‘Pueblos Más Bonitos de España’, además de sus casas rústicas, sus calles empedradas y su envidiable situación entre montañas, esta aldea atesora una de las pocas joyas del arte mozárabe español que han sobrevivido a lo largo de la historia: la iglesia de Santiago de Peñalba, dedicada al apóstol, que albergó durante décadas la Cruz de Peñalba, confeccionada de latón y chatones de pedrería y posteriormente convertida en símbolo de la Comarca. Actualmente, se encuentra resguardada en el Museo de León.
Elevado a la categoría de Monumento Histórico-Artístico Nacional desde 1931 en reconocimiento a la buena conservación de su arquitectura popular, así como Bien de Interés Cultural (BIC) en 2008, Peñalba fue fundado por san Genadio en el siglo X. Este eremita, nombrado obispo de Astorga en 899, regresó al Valle del Silencio en el año 920 con la intención de apartarse del mundo y encontrar la paz que tanto ansiaba. Fue entonces cuando dio vida al monumento alrededor del cual se creó el actual poblado, viviendo a caballo hasta su muerte entre dicho monasterio y una cueva a la que, según reza la leyenda, se retiraba cada noche para orar y que hoy en día recibe su nombre. En torno al año 1149 fallece el último de los 16 abades que se sucedieron en el lugar, dando así paso a la descomposición del cenobio. Sin embargo, el Monasterio de Montes, también refundado por Genadio, funcionó hasta la Desamortización del siglo XIX.
Cruz de Peñalba
La Cruz de Peñalba es una cruz votiva regalada en el siglo X por el rey leonés Ramiro II a Genadio, abad del desaparecido monasterio de Santiago de Peñalba, en agradecimiento al auxilio recibido del Apóstol Santiago en la batalla de Simancas (año 939) contra Abderraman III.
Es una pieza de orfebrería mozárabe con forma de cruz griega, equilátera (49 x 49 cm x 0,4 cm de grosor), realizada en un material no noble, azófar u oricalco; es decir: latón. Los chatones de pedrería que la adornan, treinta en total, son de poco valor y no tienen carácter simbólico. Fueron añadidos posteriormente, al igual, las letras alpha y omega que cuelgan de los brazos horizontales; si bien estas pudieron complementarla inicialmente y remitir al Apocalipsis de san Juan cuyo comentario iluminado, que tan amplia difusión tuvo en esa época, los conocidos Beatos, reproducen la imagen de este tipo de cruz en nueve de los ejemplares conservados.
La riqueza de un Monumento Nacional
De ese monasterio que tantas historias albergó solo queda la iglesia de Santiago de Peñalba, con planta de cruz latina, con dos capillas en los brazos de la cruz y dos ábsides contrapuestos, en la cabecera y en el pie de la cruz. El techo del cuerpo central y los ábsides tienen forma de cúpula. Se ha relacionado el hecho de tener dos ábsides con la religiosidad norteafricana bajo la influencia de la herejía de los circunceliones (o trabajadores temporeros).
Los dos tramos de la nave están cubiertos con bóveda de cañón, donde se encuentra la entrada, y el más oriental con una cúpula gallonada. El ábside de la cabecera es presentado al público por un arco triunfal, de herradura, enmarcado por un alfiz de influencia islámica.
Por fuera, lo que más llama la atención de todo aquel que la visita es la portada de arcos de herradura geminados, apoyados sobre columnas de mármol blanquecino y rematados por capiteles corintios que muestran formas mozárabes. Se trata de un conjunto armónico de gran severidad, pero muy atractivo por la superposición de diferentes volúmenes cúbicos que enriquecen la aparente sencillez que aportan los materiales con los que fue construida, principalmente pizarra y mampostería.
Imitando a muchas iglesias visigodas y asturianas, la iglesia dispone de una sacristía en cada extremo del transepto. La decoración y la estructura confieren a la iglesia una mezcla de elementos celtas (símbolos lunares y astrales), la planta de cruz latina, árabes (una pequeña cúpula gallonada cubre el altar principal) y visigóticos (los arcos de herradura).
En el interior del templo se observan distintos restos de decoración pintada sobre cúpulas y paredes.
En las paredes del coro se pueden observar distintos grabados en estuco de figuras humanas, geométricas e incluso de animales. Según recientes estudios corresponderían a pruebas realizadas por los monjes antes de transcribir dichos dibujos al papel, ya que el papel era un bien muy preciado. Otras recientes versiones lo atribuyen a simples dibujos realizados por los monjes para entretenerse o incluso como reafirmación de la identidad personal.
Dicha iglesia es Bien de Interés Cultural (BIC) desde el año 2008 con categoría de ‘conjunto etnográfico’ por salvaguardar los valores y las singularidades de una forma de vida y de una arquitectura mozárabe de gran valor patrimonial.
Pinturas
La pintura cubría originalmente todo el edificio, aunque ahora se conserva especialmente en los arcos de la cúpula gallonada de la nave central y en los dos ábsides de la iglesia. Además del ladrillo fingido se perciben otras pinturas con motivos vegetales y geométricos.
La primera fase de restauración de sus pinturas murales se desarrolló entre septiembre de 2002 y abril de 2004, y aún quedan tesoros por ‘rascar’ bajo la piel de cal de Santiago de Peñalba. Eso sí, sobre la última capa también son de admirar las ilustraciones de San Genadio y pequeños versículos bíblicos en latín de los monjes que ocuparon en la Edad Media su tiempo en rezar dentro de los muros de lo que era un monasterio.
“Estas pinturas, una vez retiradas las capas de cal que las cubrían, han permitido datarlas en la época califal (siglo X). El zócalo de Almagra -pintura roja hecha a base de óxido de hierro de tipo arcilloso- destapado bajo siete capas de cal, es igual que el de Medina Azahara en Cordoba, curiosamente.
Algo más que una casualidad, si se tiene en cuenta que ambos edificios coincidieron en su fundación en el siglo X. El palacio califal se empezó a levantar en el año 936, cuando ya se llevaba cinco años trabajando en la iglesia mozárabe de Peñalba (fundada entre los años 931 y 937).
De las pinturas murales descubiertas bajo la capa de cal destaca una importante en la bóveda de la nave central del templo, de estilo califal, que finge ladrillos y dóvelas y es muy rara en esta zona de la península”. (J. Díez Arnal)