Una ciudad que no conserva los testigos de cualquier otro tiempo anterior esplendoroso, es una ciudad que no puede avanzar con el paso firme de su memoria. Que no puede llevar de la mano el testigo de sus generaciones, como aquel abuelo y su nieto posando la visión sobre un mismo vestigio, con la mirada de distintas épocas.
Ya casi no queda nada. Y es curioso porque Ponferrada posee un registro de árboles monumentales, pero en la tercera época de siglo XXI y con más de un siglo como ciudad (oficialmente) todavía no existe un catálogo de edificios singulares ni una normativa para su protección. Son propiedades privadas, cierto, pero también son las construcciones que otorgan valora un casco urbano, en este caso La Puebla. Son los obeliscos que muestran el rosto de la Ponferrada del dólar, del boom industrial, del ensanche trazado por el reconocido arquitecto José Martínez Mirones... y eso es de todos.
En este siglo el latido se silencia con mayor rapidez. Primero fue el edificio de Cines Morán, luego el edificio de los Barcia, y ahora el de Uría. Este último también de Mirones y con expediente de derribo en la mesa del consistorio para su tramitación. Todos esos edificios reciben el nombre de las familias que un día fueron cabeceras de Ponferrada, pero que ahora parece tener en las siguientes generaciones una jugada de recogida de cartas.
Un corazón de aquella ciudad que se desquebraja, y sin embargo parecen alzarse los que todavía resisten, con orgullo. Como mirando con cierto quebrando y desconsuelo a las generaciones de ponferradino que recorremos unas calles que solo ven "lo viejo" quitando sitio a un corazón de solares y parcelas vacías (de testimonio).
... Para que sirva a perpetuidad de archivo, nuestro dibujante de cabecera, Daniel Buitrón, hace radiografía de ese órgano que fue motor de aquella Ponferrada.