Turistas visitan la fortaleza (César Sánchez)
“S.M. el Rey (q. D. g.) ha tenido a bien declarar Monumento Nacional al Castillo de Ponferrada (León), sito e la confluencia de los ríos Sil y Boeza, quedando desde el momento de tal declaración el referido Castillo bajo la tutela del Estado y la inmediata inspección y conservación de la Comisión de Monumentos de León”, publicaba la Gaceta de Madrid hace 90 años, concretamente el 14 de febrero de 1924. Una declaración que tenía como principal objetivo la protección del castillo y, especialmente, frenar las pretensiones de una recién creada Sociedad Deportiva Ponferradina de convertir la plaza de armas de la fortaleza en un campo de fútbol.
El abandono y el expolio al que estaba sometido el castillo en ese momento era evidente y, según recoge José María Luengo en 'El castillo de Ponferrada y los templarios' y Julián Sanz en la revista Juventud, en ese estado lamentable se encontraba cuando en 1923 se les ocurrió a los jóvenes de la ciudad, “de esa nueva clase que se ha dado a llamar niños bien”, la formación de una sociedad deportiva tomando el castillo por “centro de recreos”, en el que empezaron a instalar el campo de fútbol “derribando muros y cometiendo otras mil tropelías, tirando arcos y puentes levadizos, arrancado puertas y ventanas”.
La Ponferradina pidió hasta un crédito al Monte de Piedad para tal fin el 10 de abril de 1923. Unas aspiraciones a las que sólo pudo poner coto la solicitud de su reconocimiento como Monumento Nacional, que llegó un año después y que evitó “convertir el alma de Ponferrada en campo de coceo”, como recogía la prensa de la época. Pero esta declaración, que si acabó con esos “desaguisados”, no detuvo el deterioro al que se veía sometida la fortaleza, que hasta 1946 no recibiría las primeras 10.000 pesetas (60 euros) del Estado para obras urgentes.
Pero la situación ruina en la que estaba inmersa la fortaleza templaria arranca mucho antes, explica el director de los Museos de Ponferrada, Javier García Bueso, que apunta a la delicada situación en la que quedó el patrimonio español en un “convulso” siglo XIX, que arrancó con un conflicto bélico, la invasión francesa, y a la que posteriormente se sumaron sucesivas desamortizaciones. Una mentalidad de siglos pasados que tenía en el castillo una especie de “cantera pública”, sometido durante décadas a la “rapiña” de los habitantes del pequeño pueblo que por aquel entonces era la capital berciana, sin que los marqueses de Villafranca -sus propietarios durante tres siglos- hicieran nada por evitarlo.
En estas circunstancias, en 1850, el Ayuntamiento de Ponferrada decide “aforar” el edificio por doscientos reales para que pase a manos municipales y que servirán para “conservar todo lo que existe, mejorar el paseo de la Encina, ampliar las cuadras públicas, vender con una pensión anual el terreno necesario para edificar casas y arrendar o destinar para pasto lo que fue gran plaza de armas”. Una propuesta del alcalde Isidro Rueda, apostilla García Bueso, a la que se sumaron otras pequeñas iniciativas que no lograron detener el deterioro de la fortaleza y que en 1868 motivó la creación de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Ponferrada.
Sus siete miembros denunciaron entonces ante la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando la actuación de los marqueses de Villafranca por haber abandonado la fortaleza “a la rapacidad del pueblo” y la dejadez municipal, a la que responsabilizan de haber permitido levantar casas adosadas al castillo. Uno de los propietarios llegó a socavar sus cimientos para hacer la bodega y el lagar, provocando la caída de 29 metros de muro, para cegar después el puente levadizo con el depósito de escombros en el foso.
Derribo de una de las casas adosadas a la muralla (César Sánchez)
Durante las obras de reconstrucción de la zona palaciega (César Sánchez)
Un paréntesis en su deterioro
La verdad es que, tras comprobar la incapacidad del Ayuntamiento para “cuidar” del castillo y que su tutela pasara a manos del Estado con su declaración como Monumento Nacional, pasaron décadas sin que la fortaleza experimentara grandes cambios. La fortaleza tuvo que esperar hasta los años 50, una vez el país comenzó a recuperarse de la pobreza en la que había quedado sumido tras la Guerra Civil, a que el Estado comenzará a invertir para intentar frenar la decadencia del edificio. Para ello, apunta García Bueso, contó con grandes arquitectos de la talla de Menéndez Pidal o Pons Sorolla, encargados de desarrollar varios proyectos, valorados en 40.000 y 80.000 pesetas (240 y 480 euros).
Tuvieron que pasar de nuevos un par de décadas para que con el inicio de la Transición, el Ministerio de Cultura decidiera intervenir tras venirse abajo uno de los muros. En aquel momento se consolida la coronación de algunos muros y se reconstruye el arco del puente que había sido derribado en 1914, además de levantar la rampa curva que actualmente da acceso a la entrada de la fortaleza, llevándose ya la “friolera” de cinco millones de pesetas (30.000 euros). El castillo templario empezaba a verse como un emblema que, a diferencia de otros edificios de estas características, no estaba aislado sino, recalca el director de los Museos, “en el corazón de la ciudad”.
“Ponferrada está debajo de esos muros, ahí esta la Ponferrada de la Edad de Hierro, cuando excavas en la plaza, a tan sólo 40 centímetros, nos trasladamos al 'hierro 1' hace 2.800 años, ahí están las pallozas donde vivían, los hornos y los silos que utilizaban, el castillo es la génesis de todo”, apunta García Bueso, que destaca como ha influido la mitificación de los templarios que, con apenas 125 años de presencia en la ciudad, “haya podido dejar una huella tan grande”. “Nunca una organización con una vida tan corta ha sobrevivido tantos siglos porque hay un hecho claro, cierto y contrastado, que la orden fue extinguida en 1312”, añade.
La resurrección de la fortaleza
El resurgir del castillo de los Templarios arrancó con la última década del siglo XX, cuando se puso en marcha su plan director, a cargo de Fernando Cobos y su equipo, una vez que el Ayuntamiento de Ponferrada recuperaba su titularidad con la condición de que se llevasen a cabo obras de restauración que garantizasen la seguridad del edificio y de los visitantes. Un proceso largo de rehabilitación, reconoce García Bueso, que recuerda que las actuaciones arrancaron con algunas obras de emergencia para después intervenir en profundidad con la construcción del palacio nuevo de 4.000 metros cuadrados, así como recalzar la muralla o la consolidación de las rondas, entre otras intervenciones.
“Es entonces, y con la inauguración de la exposición 'Templum Libri' en 2010 cuando se abre verdaderamente la puerta del castillo a los ciudadano”, opina García Bueso, después de una profunda restauración no exenta de polémica, entre otra cuestiones, por los materiales empleados. “Hay que dejar claras las diferencias entre lo antiguo y lo moderno, así lo marca la ley de patrimonio”, explica el directo de los Museos. Y es que es algo más que un castillo, es un símbolo de la ciudad y también de la comarca del Bierzo que, en su opinión, debe vertebrar toda la actividad cultural y social. “Debe formar parte de la vida de la ciudad de manera activa, los ciudadanos de Ponferrada tiene que sentirlo como suyo”, añade.
La imagen del castillo es muy distinta a la de aquel que levantaron los templarios y que debemos a las reformas que realizó el Conde de Lemos en la segunda mitad del siglo XV. “Cuando llega aquí se encuentra una fortaleza y aprovecha lo que puede, lo que es más sólido, un recinto igual que el actual pero sin torres y con un castillo viejo”, explica García Bueso, que apunta a que en aquel momento dentro había un convento y la población vivía dentro de esos muros. “Arrasa las pallozas y transforma la imagen del castillo, construye la torre del Moclín sobre una torre templaria anterior, reforma y reedifica, coge un castillo y le suma elementos”, puntualiza.
Esa errónea identificación entre templarios y Conde de Lemos, García Bueso la atribuye a la novela 'El Señor de Bembibre' de Gil y Carrasco, que mezcla en una misma historia a caballeros templarios del siglo XIV y a un personaje del siglo XV. “De ahí viene el error y el embrollo porque qué tiene que ver el Conde de Lemos con los templarios, nada, son cosas de dos tiempos distinto”, plantea. Es mucho lo que ha cambiado el castillo en estos 90 años desde su declaración como Monumento Nacional y su atractivo ya ha convertido a Ponferrada en un importante destino turístico, pero aún queda trabajo por hacer.